(Del cuaderno de Cetarti:)
Inmediatamente después del golpe uno no dice: me golpearon. Inmediatamente después del golpe no hay nada, la absorción del impacto borra el resto de las cosas. Luego, de a poco van apareciendo las percepciones que entran como llenando un vaso, primero lentamente y después más rápido, hasta que de nuevo uno está en el mundo. Pero durante ese vacío, durante ese lapso de no existencia se rompen líneas de continuidad. Y cuando uno vuelve capaz que uno sigue siendo el mismo y el mundo también, pero los vínculos que los unen primero no existen, y después (ya reconstituidos) son otros. Es en algún momento posterior, cuando uno ya está en condiciones de verificar esa discontinuidad entre el antes y después, que se da cuenta de que ha sido golpeado.
Junto con eso, se da cuenta de que uno ya no es uno, que es un poco otro. O mejor dicho: “otro”, es el anterior, el que ya no es. Como el que vivía en la casa de uno, antes que uno.
Noviembre de 1976. Un Cessna Skymaster color gris opaco, sin matrícula visible y con una boca de tiburón pintada un poco toscamente en el morro como única seña particular, sobrevuela el Impenetrable chaqueño. Despegó desde un tramo de ruta cortada cerca de Coronel Fontana, en Formosa y se dirigen a una pista cerca de Taco Pozo, en la frontera con Santiago del Estero. A bordo está la tripulación estable del avión: pilotando la máquina, el suboficial principal de la Fuerza Aérea Argentina (retirado en 1970 y reincorporado extraoficialmente en 1975) Armando Duarte. En uno de los asientos posteriores, el otro piloto, suboficial mayor Daniel Molina, en la misma situación de revista que su compañero. Ambos son grandotes, Duarte un poco más, y están vestidos con los mamelucos de vuelo mojados de transpiración y sin tiras de grado. Los acompaña un mayor de Ejército vestido de civil. El mayor sabe nombre y grado de ellos, pero ellos sólo saben que es de ejército y lo de mayor lo saben porque en los preparativos para abordar escucharon que un hombre lo llamaba por el grado. El mayor está sentado en otro de los asientos de atrás (justo atrás del piloto) y desde que despegaron cada tanto mira de reojo a Molina, con evidente rechazo por el olor a sudor y vino que emana de su cuerpo y es notable aún en las condiciones de perfecta ventilación reinantes en la cabina (la puerta de estribor ha sido removida y entra mucho viento). Junto al hueco de la puerta, en el asiento del copiloto, está un hombre que ha sido subido inconsciente y atado al asiento por Duarte y un par de soldaditos que lo sostenían. En el último asiento, atrás de todos, un hombre también atado. Tiene la cara hinchada, tajeada a culatazos (obsequio de los dos pilotos, que también son aficionados a las tareas de superficie) y un precario vendaje ensangrentado en el muslo. Mira el monte desde la ventanilla, con expresión grave.
Poco después de pasar Santa Cruz el mayor le palmea el hombro al piloto. Éste inicia un leve descenso virado hacia la derecha. El mayor se da vuelta para gritarle algo al hombre del último asiento y después le hace una seña a Molina, que desde atrás suelta los correajes del hombre atado al asiento de copiloto y lo empuja al vacío. Se escuchan un par de golpes amortiguados, junto a un sacudón parecido al que se siente en un auto cuando se sube repentinamente al cordón de la vereda, y poco después el motor trasero empieza a recalentarse. El resto del camino lo hacen con un solo motor.
Tuesday, July 17, 2007
Subscribe to:
Post Comments (Atom)
No comments:
Post a Comment