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Prendió la televisión. Eran las siete y cuarto, no había llegado a dormir tres horas. Puso las sábanas en el canasto de la ropa sucia y sacó el colchón al patio para que se secara. Los perros aparentemente sintieron los movimientos y se pusieron a ladrar. Los había encerrado en el departamento del fondo creyendo que era la opción más silenciosa, pero los ladridos se escuchaban perfectamente. Eso estaba mal y empezó a pensar que lo de los perros no había sido una gran idea. Buscó en la alacena y sacó dos paquetes de polenta y uno de fideos. Junto a la polenta echó un kilo de carne cortada en trozos chicos, mucha sal y cuando estuvo tibia y casi lista para servir, echó cuatro frascos de Aseptobrón y revolvió mucho, para que la polenta terminara de enfriarse y para que el jarabe se distribuyera de manera uniforme sin afectar mucho el sabor. Después fue a darse un baño.
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