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“en los subterráneos de asunción es posible la percepción de algunos metros cuadrados de calcuta (donde nunca estuve). ayer por la mañana viajé sentado al lado de un mendigo que dormía profundamente o quizás estaba muerto. apestaba (y por dios que no exagero) como el cadáver de un perro que llevara un par de semanas pudriéndose. estaba de seguro muy enfermo, iba descalzo y tenía los pies hinchados. a lo largo del viaje tuve permanentes arcadas, pero por fortuna llevaba dos días sin consumir alimentos. no me moví de al lado de esa carne enferma porque entendía que la lotería universal de acontecimientos me había puesto allí y que ningún otro lugar era mío. cuando llegué a la estación estigarribia me bajé y por un minuto tuve miedo que el mendigo se despertara y me siguiera para siempre”
esto de arriba es de una carta de antonio de melli a pío baroja, sin fecha, pero escrita casi con seguridad desde sus pocos meses de libertad en asunción del paraguay, presumiblemente entre enero y abril de 1964. ya era espiado por el servicio secreto paraguayo y según anthony burguess en “la gelatina de acero” (su biografía del inmovilista paraguayo), las grabaciones de sus escuchas telefónicas tienen muy poco de políticas, la mayoría eran llamados al número de su padre, que llevaba años muerto, en los que se registraban monólogos delirantes que duraban entre cinco y veinte minutos. “su padre estaba muerto. ¿quién atendía?”, se pregunta burguess, “¿quién escuchaba, aparte de los agentes del gobierno?”
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ahora que leo lo de perros muertos, cuando compraba faso en villa, a veces salía a tomar el bondi para volver en una parada al costado de un basurero. mucha gente del barrio subía en esa parada. la otra cosa que hacía la gente del barrio era tirar los perros muertos ahí nomás al lado, de manera que siempre había uno o dos perros muertos y un olor pestilente. hay un momento bastante escalofriante en el proceso de putrefacción de los perros que es cuando se les empiezan a resecar los belfos y muestran los dientes. podías ver cómo cambiaban los cuerpos, porque nadie se los llevaba. nunca escuché a nadie quejarse. yo tampoco. yo estaba en otra. capaz que ellos también.
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ha ha y ahora que digo comprar faso en la villa: qué épocas doradas, salía con miedo de que me agarrara la cana por lo MUCHO que me llevaba!!!!. como diría escohotado, “eso pasa poco ahora”.
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