Saturday, October 15, 2005


Fueron un poco más de veinte minutos bastante tensos. Duarte torturaba con las manos y preguntaba en un tono autoritario pero tranquilo. No necesitaba mostrarse peor, la señora estaba aterrada. En un comienzo, pobre, adoptó una actitud que ella debía considerar “digna”, es decir sin dar información e incluso insultando, pero lo único que logró fue enardecer a Duarte, que dejó de preguntar y se puso a pellizcar, pegar y doblar como si fuera el operador de una extraña especie de máquina hecha de carne vieja. La señora empezó a aflojar, dejó de quejarse y empezó a gritar cada vez más fuerte, hasta llegar a un momento en el que Luis Vera, que le cebaba mate a Duarte, se dio cuenta de que era hora de parar, que ya entregaba. Duarte aparentemente percibió lo mismo, porque soltó el pezón que estaba apretando entre dos nudillos y acarició el pecho casi cariñosamente.
-¿Qué le parece, Rosa?¿Lo dejamos acá?
Duarte volvió a repetir las preguntas. La señora contestó casi agradecida. Duarte tomaba nota en una libretita. Cuando terminó volvió a amordazar a la señora. Tomó un par de mates en silencio, respirando pesadamente y mirándola fijo. La señora lloraba. Después Duarte le acarició la cabeza y subió la escalera hacia el patio. Vera tapó a la señora con una sábana y depués siguió a Duarte. Cerró la puertita con pasador y candado y entraron en la casa. Duarte juntó las llaves del auto.
-Dejala que piense un poco, ponele una hora, y después llevale la comida. No está mal la vieja, si le tirás onda vas a ver que te la podés coger. Ahora nomás, eh... al toque. Dale vos de comer, preguntale como está, que sé yo, esas boludeces, y después apurala.
Vera tuvo asco pero no dijo nada.

Se puso a preparar la comida. Hizo una costeleta, arroz y verduras hervidas, calculando que la señora debía comer liviano. Para él no hizo nada. Rebuscó entre la ropa de su madre hasta encontrar un pijama y unas pantuflas que apestaban a naftalina pero eran, suponía, mejor que nada.

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