Saturday, August 13, 2005


testimonio de un piloto de mustang, frente europeo, WWII: “camino al punto donde haríamos el relevo de escolta, cuando sobrevolábamos el zweider zee vimos evidencias de la batalla móvil que tenía lugar varios kilómetros por delante. en tierra se veían los incendios provocados por los aviones caídos. no necesitabas brújula, sólo seguir los restos de aviones hasta berlín. ya cubriendo la formación de bombarderos, ocasionalmente veías que uno se incendiaba y abandonaba la formación. al poco se abrían algunos paracaídas, pero nunca todos los que debían. puede que cuatro, quizá seis, pero nunca los veíamos aparecer a todos. un bombardero en llamas era siempre la tumba de alguien. el viejo b-17 se abría a un lado picando progresivamente, probablemente con un agujero o dos en las tripas y con alguno de sus ocupantes yaciendo en su interior. era una muerte rápida y tal vez la mejor para el tripulante herido que quedase a bordo. la alternativa a eso era morir por conmoción y pérdida de sangre. si había sido herido tan gravemente que no podía llegar a una trampilla de salida y tirarse, es posible que no lo salvase ni el mejor cirujano que dios puso en la tierra, y menos aún si considerábamos que se hallaba en territorio enemigo. la muerte de un aviador es violenta pero rápida, y eso lo tenía muy asumido. sólo existe una forma de llegar a este mundo, pero muchas de largarse de él. pocas de ellas son un camino de rosas, y ésta era una de ellas.”

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