Yoshio Shinozuka está sentado en las escaleras de madera de un antiguo templo budista cercano a su hogar y al sitio donde será enterrado. Rodeado de pinos y arrozales, el templo permite guarecerse del incesante zumbido de las cigarras.
Frágil y cercano a los 83 años, señala con el dedo un pequeño cementerio resguardado por una estatua de la Diosa de la Misericordia que será su última morada. "Ya elegí el espacio", dice.
Shinozuka ha tenido mucho tiempo para reflexionar sobre su juventud, y sus recuerdos sobre esos días son claros como el agua.
Pero están entremezclados con veneno.
Integrante de la Unidad 731 japonesa en el nordeste de China en las décadas de 1930 y 1940, Shinozuka participó en la que tal vez sería la operación de armas biológicas más avanzada de su época. De adolescente participó en atrocidades _vivisecciones y otros experimentos con seres humanos_ que para millones de chinos son el paradigma del imperialismo avasallador de Japón en Asia.
Cálculos conservadores colocan el número de víctimas de la unidad hasta en 250.000, según algunos historiadores.
Durante muchos años el gobierno de Japón negó la existencia de la Unidad 731.
En un fallo histórico emitido en el 2002, un tribunal japonés finalmente reconoció que las operaciones de la unidad causaron un sufrimiento "inmenso" y fueron "evidentemente inhumanas". Pero al igual que tribunales anteriores, dijo que el gobierno no tenía obligación legal de compensar a las víctimas.
Muchos asiáticos consideran que Japón nunca ha enfrentado su pasado. La Segunda Guerra Mundial sigue siendo una herida abierta que afecta profundamente las relaciones con sus vecinos.
Sin embargo, Shinozuka se ha dedicado a procurar enmendar errores.
Atestiguó a nombre de sus víctimas chinas y escribió un libro de texto para niños. En 1998 intentó hablar en congresos por la paz en Estados Unidos y Canadá, pero los inspectores de migración no le permitieron el acceso por considerarlo criminal de guerra.
Él acepta esa etiqueta.
"Me llevó largo tiempo superar el pretexto de que sólo obedecía órdenes", dijo. "Hacía lo que me decían. Y muy bien me podrían haber matado si hubiera desobedecido. Pero lo que hicimos fue tan terrible que debí haberme negado, incluso si eso significaba mi propia muerte.
"Pero no hice eso. Y nunca seré perdonado".
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