cetarti sentía su cabeza varias veces más grande de lo normal, y tenía calor, mucho calor. hacía calor, claro, pero aparte de eso tenía un poco de fiebre. las encías le latían, y le costó parar a cargar nafta. el viaje que tenía por delante (más de setecientos kilómetros) no le parecía tanto, porque implicaba una posición relativamente estática, con movimientos muy acotados para apretar pedales o mover el volante o hacer los cambios, pero le parecía una tarea colosal apagar el auto, bajarse, hablar con el playero, hacerse entender, pagar, volver a meterse en el auto.
tuvo que esperar un par de minutos mientras el playero se acercaba desde una gomería, cruzando la ruta. el playero también usaba botas de goma. casi se desmayó de asco pensando en el olor a pies que debía macerar en esas botas. mientras esperaba que llenaran el tanque, le llamó la atención una piedra que se movía sobre el fino colchón de barro, a unos diez metros. desde el llamado de duarte comunicándole la muerte de su padre el sentimiento de irrealidad, como de estar moviéndose en una dimensión enrarecida, ligeramente desfasada de la habitual, había sido constante. contribuían la fiebre, las muchas horas sin dormir (aunque no sentía sueño) y la anómala coexistencia del sol calcinante y la alfombra de barrito acuoso. se acercó: no era una piedra, era un escarabajo pardo del tamaño de una mandarina grande, con un cuerno parecido al de un rinoceronte en miniatura. había olvidado el tamaño que pueden llegar a tener los insectos de clima subtropical. en todo el extraño día que le había tocado pasar, ese escarabajo era la primer cosa que le parecía dotada de realidad. empezó a estirar tímidamente la mano para levantarlo y verlo más de cerca.
-es venenoso, señor, no lo toque. –dijo el playero, y aplastó al insecto de un pisotón. se limpió los restos de la suela arrastrando el pie contra el piso.
-no hay escarabajos venenosos –protestó cetarti.
-pregúntele al hombre de la gomería. lo mordió uno más chico que éste y le tuvieron que amputar dos dedos, se le pusieron negros en cuestión de horas, cuando se decidió a ir al hospital ya no había nada que hacer. y sabe lo que son dos dedos para un gomero...
-primera vez que escucho.
-uh, son una plaga ahora estos cascarudos, están por todos lados, no sé de dónde salen. menos mal que son tan grandes, son fáciles de ver y se mueven lento.
Wednesday, November 24, 2004
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