Tuesday, September 28, 2004

linebacker, diciembre de 1972



el b-52 es una máquina formidable: de enormes dimensiones (cuarenta y ocho metros de largo, cincuenta y seis de envergadura, ciento cincuenta mil kilogramos de peso), sus ocho motores le permiten moverse a más de mil kilómetros por hora y soltar con precisión desde dieciocho mil metros de altura una carga de hasta treinta y dos toneladas de explosivo que garantiza la total devastación en una caja de tres kilómetros por uno.
en cielos vietnamitas, si bien no tenían oposición de la casi inexistente aviación comunista, el peligro eran los misiles antiaéreos de fabricación soviética. un tal lehman, artillero de cola de un b-52 que había sido derribado después de una misión sobre hanoi contaba: “no conocí el verdadero miedo hasta volar sobre vietnam de noche en medio de una tormenta, con el avión vibrando y sacudiéndose, con fuego de san telmo recorriendo mi puesto, y viendo acercarse los misiles. con el cielo despejado, uno ve la luz del motor, pero las nubes magnifican el resplandor y hacen que parezca mucho más grande de lo que es en realidad. otra gente había hecho un muy buen trabajo de supresión de radares, de tal manera que una vez detectada nuestra presencia las baterías de tierra dispararon sus misiles como un espasmo muscular, pero con una imprecisión casi total por no haber radares de guía. vi pasar cerca nuestro seis o siete misiles, como enormes bengalas. el puesto de artillero de cola del b-52 es un lugar solitario. uno está aislado, a casi cuarenta metros del resto de la tripulación, y no tiene ningún control de la situación. lo único que se puede hacer es mirar las luces que se acercan y rogar que no den en el blanco”.
los ruegos de lehman no fueron escuchados ese 22 de diciembre porque contra toda lógica, un misil impactó de lleno en la estructura del avión, enviando metralla a la zona de la cabina del bombardero. fragmentos de acero y aluminio alcanzaron el cuerpo del piloto. más metralla atravesó la cola del bombardero, hiriéndolo. los daños inutilizaron los sistemas eléctricos, dejando en la más completa oscuridad al radarista y el navegante. ambos estaban en las entrañas del aparato, sin poder ver lo que sucedía en el exterior, también heridos por los trozos de metal de su propio avión. en la cabina, las luces indicadoras de fuego en los motores empezaron a parpadear enloquecidamente. la máquina se inclinó y comenzó a caer hacia tierra, descendiendo varios cientos de metros en pocos segundos. cuatro de los ocho motores estaban inutilizados, la mayoría de los controles no funcionaban, el avión era un montón de chatarra cayendo a plomo. la situación se deterioraba a cada segundo. una puerta de la bodega de bombas se abrió, y el tren de aterrizaje comenzó a desplegarse y retraerse anárquicamente. una especie de agonía recorrió el gigantesco avión. ya no había ninguna luz, y las llamas se extendían por las alas.
lehman, recordemos, estaba muy lejos del cualquier ser humano. sentía la engañosa liviandad del cuerpo en caída libre. pensaba preso de una sorda calma: “estamos cayendo y sin embargo, cualquiera que viera una foto nuestra en este mismo instante, creería que estamos volando (tal vez diría que con algunos problemas). parezco liviano, pero lo cierto es que dos segundos antes de tocar tierra voy a pesar setecientas toneladas. eso yo solo, ni pensar en esta chatarra que me rodea”.

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