-Estoy harto de estar enfermo. Harto de tener
que estar siempre arreglando algo para no morirme. Quiero estar en paz. Tener un perro.
-¿Y por qué no tenés un perro?
-Tuve uno. Pero se lo comió este hijo de puta.-el Hombre Lobo pateó el costado del yacaré, que giró la cabeza hacia él y abrió las mandíbulas, como si la conversación le hiciese gracia.-
-Te quiere, este bicho.
-Ha ha, por qué decís.
-Lo pateás y te hace carita de chiste en vez de arrancarte la pierna.
-Es prácticamente un dinosaurio, que me va a querer. Sabe que no lo jodo, y soy su dispenser de pollo. Y el día que no haya pollo… ¿eh, hijo de puta?,-volvió a empujar al animal con el pie- el día que no haya pollo, yo soy el pollo. Por eso no me arranca la pierna.
Las dos ovejas pastaban a la sombra de las ligustrinas, a una prudente distancia.
-¿A las ovejas no les hace nada?
-Les tira onda, pero nunca les llega. Ellas la tienen
clarísima con donde está este, siempre. Y siempre guardan distancia. A la
pileta no se acercan nunca. Toman agua de unos tachos en el garage. Al perro se
lo comió por pelotudo, por confiado, no conocia un bicho de estos.
-Las ovejas tampoco.
-Pero las ovejas tienen millones de años de miedo en la sangre, se re cuidan.