Monday, May 19, 2008

La madre de Danielito caminaba delante suyo en el cementerio de Gancedo, y por lo poco que la podía ver desde atrás le parecía que estaba más joven. Menos encorvada y con un poco más de seguridad en los movimientos. Caminaron bajo el sol rajante de la siesta hasta llegar a un murito a lo largo del cual había una serpiente enorme, como de quince metros. El cuerpo era grueso, a dos metros de la cabeza había un abultamiento notable y los poderosos músculos de la víbora se movían trasladándolo hacia adentro: claramente estaba tragando algo. Su madre le pidió la pistola y Danielito se la alcanzó como corresponde, es decir agarrándola por el cañón y ofreciendo la culata hacia la mano del otro. Su madre la agarró, caminó hasta la cabeza del animal y le disparó. La serpiente no dejó de moverse. Danielito tenía miedo y le dijo a su madre que seguía viva.
-No no –dijo su madre-. Las víboras se siguen moviendo después de muertas, un rato largo.
Se movió hasta la parte abultada del cuerpo y de algún lado sacó un cuchillo. Abrió el cuerpo y de adentro extrajo un lechón entero que chorreaba alguna clase de fluído. La víbora lo debía haber tragado hacía ya un tiempo, porque estaba desarticulado, con la mayoría de los huesos rotos. De repente, Danielito sintió unas intensas ganas de orinar. Comenzó a buscar un lugar para hacerlo pero en todos lados había de repente, gente mirando. Era imposible orinar sin ser visto. Sentía que la vejiga iba a estallarle, pero pudo primero advertir lo extraño de la situación, después caer en la cuenta de que estaba soñando y finalmente despertar con lo justo para no mearse en la cama. Volviendo del baño se sirvió un vaso de coca cola de la heladera y se lo tomó sentado en la oscuridad de la cocina. Después volvió a la cama y se durmió como un tronco.

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