Thursday, July 20, 2006

-Me asustó el que me adivinara la dirección.
-He he no sea pavo. La dirección la sabe porque lo estuvo siguiendo. No es Superman, tampoco. Tiene esa cosa rara que puede mover cosas con la cabeza, pero nada más.


-El 22 es un calibre jodido. Si la hace mal es un garrón, podés quedar paralítico o algo así. O ni entra. Como te digo una cosa te digo la otra: si la hace bien es como lo mejor, rebota un par de veces adentro del cráneo y te corta el cerebro en tajadas y no hay orificio de salida, te evitás el enchastre. Es como menos feo. Pero si lo que querés es asegurar el tema, conseguite uno de esos pistolones calibre 14 que vienen y es más desprolijo pero ahí no hay tu tía. Yo tuve suerte con el calibre 22. O no sé si decir suerte.
-Por qué suerte.
-Vos te diste cuenta que yo tengo peluca, ¿no?
-No.-mintió Cetarti.
-Bueno, sos un pelotudo entonces. Tengo peluca. Mirá.
Duarte se sacó la extraña mata de pelo y agachó la cabeza. Señaló una cicatriz rectangular en la parte de arriba del cráneo.
-¿Querés tocar?
-No, gracias. ¿Qué es?
-Una plaquita de platino. Recuerdo de un tiro de 22. La bala entró, atravesó el cerebro en línea recta, y justo dio en donde se juntan los frontales y parietales. Rompió un poco los huesos pero no hizo ningún estropicio en la salida, casi no hubo pérdida de masa encefálica. Y acá estoy.
-Un milagro.
-Más o menos. Un caso extremo de ojete, diría yo, posible pero muy poco probable. Como pegó justo donde se juntan los cuatro huesos, la bala rompió muy rápido y casi no hizo daño. Si hubiera entrado con cualquier otro ángulo me mataba. Estuve dos días en terapia intensiva y a la semana ya estaba de vuelta en casa.
-¿Y no salió?
-No te digo, a la semana salí.
-La bala, digo
-Ah sí sí salió, este es el orificio de salida. Entró por acá –señaló una pequeña cicatriz en la papada-, hizo un surco limpito en el cerebro, y salió sin tocar nada importante.
-Una probabilidad de una en cien millones.
-Ahá.
-Pero qué trayectoria rara, si le entró por ahí para llegar al cerebro tuvo que doblar sesenta, setenta grados.
-No, esto fue hace mucho, yo estaba bastante más flaco en ésa época, -apoyó el dedo indice contra la cicatriz y la empujó contra la parte interior de la mandíbula -así entró, ves. Lo que pasa es que engordé y la cicatriz se corrió de lugar.

Cetarti miró a Duarte. Sin pelo la cara le cambiaba bastante.

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