“¿guadalcanal? antes de ir ni siquiera sabía dónde quedaba guadalcanal...”
“un ruido indescriptible. todo el mundo pareció explotar y mi zero se bamboleó como un juguete. sentí como si me hubieran golpeado en la cabeza con una porra. el cielo enrojeció y perdí la conciencia. (...) mi avión debía haber caído como una piedra. en pocos minutos el aire frío que entraba a través del destruido parabrisas me hizo recobrar la conciencia. la primera cosa que ví fue a mi amada madre. me estaba reprendiendo: “¿qué te ocurre? deberías avergonzarte, quejándote de una herida tan pequeña”. desde una altura de 18 000 pies bajé sin control hasta unos 7000. el avión caía aún cuando decidí lanzar un bombardeo suicida. decidí que si debía morir me iba a llevar un buque norteamericano conmigo. sin embargo, ¡no podía ver ningún buque!¡no podía ver nada!. sólo entonces entendí que mi cara estaba cortada por los numerosos fragmentos de metralla y que estaba ciego. no sentía dolor.
el zero continuaba su caída hasta el océano. por pura fuerza de hábito tiré hacia atrás de la palanca de control. aparentemente el avión salió de su picado. la presión del viento a través de la cabina me tranquilizó algo. intenté mover la palanca de gases. mi mano izquierda estaba totalmente insensible. cuando intenté presionar el pedal del timón me dí cuenta de que mi pierna izquierda también estaba inmovilizada. con desesperación solté la palanca de control y me froté ambos ojos con la mano derecha. tras hacerlo tan fuerte como pude por unos instantes empecé a ver algo con mi ojo izquierdo. el ojo derecho seguía ciego. lo que veía lo vislumbraba a través de una película roja, como si el mundo ardiera con ferocidad. de repente sentí en mi cabeza un terrible y agónico dolor que me dejó casi sin respiración. alcancé a tocarme la cabeza con la mano derecha y noté que estaba sangrando.
entonces pensé: ahora sí voy a morir. me calmé y dije: ¿no he derribado ningún avión enemigo hoy? tenía un total de sesenta victorias. ahora llegaba mi turno. siempre supe que un día me sucedería.
puesto que la herida de mi cabeza era la más grave, inserté los dedos índice y medio de mi mano derecha a través de la hendedura de mi gorro de vuelo. penetraron profundamente y comprobé la gravedad de la herida. obviamente era muy profunda y los huesos de mi cráneo estaban astillados. pero mi mente estaba despejada y comencé a sentirme mejor que antes. (...)
oleadas de cansancio comenzaron a golpearme y me empezó a entrar sueño. una vez más, cuando conseguí abrir mi ojo bueno y mirar a mi alrededor, descubrí que el avión estaba al revés. me golpeé la cabeza con el puño y el dolor me mantuvo despierto durante un momento. si no conseguía vencer aquella somnolencia, tarde o temprano me quedaría dormido. decidí que sería mejor regresar a guadalcanal y picar sobre un buque enemigo. cuando alabeé e hice virar al zero de regreso a la zona de combate, mi mente se despejó de forma milagrosa, lo suficiente como para poder observar la brújula. decidí intentar aterrizar en rabaul. me sorprendí cuando el tren de aterrizaje y los alerones funcionaron, tenía muy pocas esperanzas de ello ante la gravedad en las averías del avión. controlé el avión a pesar de mi aturdimiento, calibrando altitud y régimen de descenso gracias a la cima de un bosquecillo de cocoteros que vislumbraba confusamente hasta que sentí cómo las ruedas tocaban el suelo. había llegado a casa. los pensamientos se agolpaban en mi mente y me dejé caer en un turbio mundo de neblinas rojizas. antes de perder la conciencia de nuevo, sentí que diversas manos me golpeaban el hombro y varias voces me llamaban por mi nombre. gritaban: ¡sakai!¡sakai!¡nunca digas morir!”
(saburo sakai, ciego de un ojo y después de recuperarse de sus heridas, volvió a volar en junio de 1944 contra el asalto masivo de los norteamericanos a las marianas. derribó dos cazas norteamericanos en iwo jima y resultó el mayor as japonés sobreviviente de la segunda guerra)
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