Friday, December 09, 2005
el hálito de un búfalo en invierno, la breve sombra que atraviesa la hierba y se pierde en el ocaso
hehe, ahora que me acuerdo, si me pongo las pilas (y listo, ya cagamos) podría escribir un par de cuentos con material de la casa de villa gran parque.
una tarde horrible de fines de enero, me acuerdo que era a fines porque estaba sin un puto mango. un calor monstruoso, cerca de las dos de la tarde. habíamos peleado bastante mal con mi entonces mujer y ella se había ido de casa. había peleado tanto y durante tanto tiempo (horas y horas HABLANDO) que ya no me importaba nada ni de ella ni de la discusión y lo único que sentía era el inmenso alivio de estar solo y en silencio. prendí la tele y el ventilador, armé un caño y me dormí mirando un documental sobre cocodrilos australianos. me despertó el ruido del televisor, que se prendía y apagaba solo. estaba transpirado, pegoteado a las sábanas. había olor a quemado. el típico olor que larga un motor eléctrico fundido. el ventilador estaba detenido. tardé un par de segundos en darme cuenta: mientras yo dormía, había habido un altibajo grave de tensión y se había cargado mínimo el televisor y el ventilador. desde la cocina venía el alarmante chasquido del motor de la heladera encendiéndose y apagándose en ciclos cada vez más cortos. o sea, la había cagado también. el equipo de música estaba desenchufado, así que era un sobreviviente. prendí un foco para comprobar la tensión, que estaba bajísima. me calcé y subí las térmicas. con pensamiento inusitadamente práctico, decidí hacerme un tereré antes de que el último hielo que había se derritiera. no llegaba a estar furioso por la cantidad de plata que me iba a salir la jodita. tenía un estado de ánimo salobre y pastoso. debían ser como las cinco, cinco y media de la tarde.
salí al parque, me senté en el soporte del trampolín de la pileta a mirar los movimientos de la fauna que interactuaba en ese pequeño ecosistema cuyo principal alimento externo eran los animales que caían tratando de tomar agua. todo estaba en silencio. tan en silencio que desde ahí podía escuchar el inexorable goteo del hielo del congelador, marcando el final, al menos por un tiempo, de la civilización. creo, como harrison ford en “la costa mosquito”, que el hielo es la civilización. lo que me separa de la linea de la indigencia es la capacidad económica para tener una heladera o freezer. el tipo que se puede tomar un tereré un día de cuarenta grados de temperatura no es completamente miserable.
de la misma manera que uno cuando se acostumbra a la oscuridad puede ver en ella, el silencio de a poco fue poblándose de pequeños ruiditos que se sumaron al goteo del congelador: un animal pequeño moviéndose entre los pastos, las mojarritas peleándose cerca de la superficie del agua. había también una especie de escarabajos acuáticos que nadaban muy veloces y comían andá a saber qué porquería de la que había a poca profundidad. empecé a pensar en esos escarabajos, en cómo verían ellos ese mundo. me imaginaba midiendo dos centímetros de largo y viviendo toda mi vida en esa pileta. las imponentes paredes de pintura celeste descascarada, la implacable economía de comer y ser comido. el agua. miles de metros de agua para nadar, los inmensos cadáveres como icebergs a explorar, las ranas muertas cayendo como enormes gotas de una lluvia lenta.
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