Monday, April 18, 2005
cuando sea grande quiero ser un microondas, una licuadora
escuchando: “making love to a vampire with a monkey on my knee” (captain beefheart)
consumiendo: “fasito muy rico, pinito de las sierras” (c. dixit, que todavía no se repone de la traumática sequía y rebautizó de esa cariñosa manera lo que en cualquier otro momento sería el infame, clásico lechugón cordobés.)
estoy escribiendo acerca de mis “épocas raras” para ver si sirve de algo. extracto de mi archivo x:
en diciembre prácticamente no pisé por el trabajo, me la pasaba encerrado en mi casa. casi no comía: medio kilo de helado al mediodía y un choripán a la noche, aunque a veces me pasaba un día y medio o dos sin comer. lo único que hacía era leer (poca literatura, mayoritariamente revistas de actualidad de diez años atrás y fascículos de historia de la aviación, segunda guerra mundial, guerra de vietnam y guerrillas de los años 70: swapo, ejército simbiótico de liberación, fracción del ejército rojo y cosas así. gastaba mucha plata en librerías de saldo) e intentar escribir. y correr. corría a la peor hora, a las dos de la tarde (temperaturas de hasta cuarenta grados, yo pesaba ciento treinta kilos), con dos buzos, pantalón de jogging con bermuda encima y gorro de lana. iba por la avenida de circunvalación hasta atrás del aeropuerto, una zona apacible pero bastante deprimente. cosas que recuerdo que ví: la perra que comía cadáveres de perro, un santuarito o no sé cómo se dice del gauchito gil, siempre con velas prendidas debajo de un árbol. el árbol estaba lleno de cintitas rojas. siempre que pasaba por frente al santuario sentía un miedo infantil. quiero decir, de intensidad infantil.
había una especie de represa/basural donde se bañaban los chicos de la villa del nylon. siempre había olor a basura quemada, y me entristecía mucho mirar a los chicos jugando entre y con la basura. una tarde ví cómo se bajaban cuatro tipos de un opel k 180 hecho recontraporonga a revolver basura. se bajaban desperezándose cancheros, acariciándose las panzas, como los viejos que van al shopping.
la otra que hacía era ir a la parte de atrás del aeropuerto a ver los despegues y aterrizajes. para llegar a la valla tenía que caminar como dos kilómetros entre unos pastizales bastante altos que había, llenos de perdices. yo iba de la recontra cabeza y disfrutaba mucho de escuchar el ruido de las diversas alimañas apartándose furtivamente a mi paso. y las perdices, que salían volando a cada rato, tipo el video horrible ese de diego torres que saltan los pescados por todos lados. yo pensaba que qué raro que no viniera nadie a cazar, a veces me daba miedo de que alguien me volara la cabeza de un escopetazo, algunas tardes me daban ganas.
siempre me parece estar saliendo de la demencia. quiero decir: cuando pienso en dos años atrás digo “cómo puedo haber estado tan hecho mierda”, el problema es que hace como dieciocho años que pienso lo mismo de los dos años anteriores, no sé si se entiende. no es el mayor de mis problemas, de todos modos. ojalá.
“estoy harto y cansado del río, las estrellas que tachonan el cielo, este denso silencio funerario. para pasar el tiempo hablo con el cochero, que parece un anciano...me cuenta que en este río oscuro, prohibido, abundan los esturiones, los salmones blancos, las anguilas, los lucios, pero que nadie los pesca” (“en siberia”, anton chejov)
mi amigo leandro, después de enrostrarme todo lo que está garchando y lo feliz que es (lo que es más o menos como no sé, mostrarle al chico de la burbuja un video de gente vacacionando en jamaica) me cuenta que tiene unas terribles ganas de venir a córdoba. no entiendo como alguien puede querer venir acá.
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