(que a propósito, me parece que no lo entendió ni el loro) estuve leyendo “la caza del snark”, poema del matemático, escritor y pedófilo lewis carroll (“feliz aquel que posee la más tierna dicha:¡el amor de una niña!”).
ocho cantos sobre la búsqueda de un animal del que se sabe muy poco: su sabor, “escaso y hueco pero crujiente”, sus trastocados horarios de alimentación, su lentitud para entender chistes, lo serio que se pone ante un juego de palabras y su afición a las máquinas de baño (“¡siempre carga una tras de él! y está convencido de que añade belleza al panorama, una opinión discutible a mi parecer”).
aunque los snarks corrientes no hacen daño, hay que cuidarse de la variedad boojum, cuyos cazadores, como ya dije, “desaparecen suave y silenciosamente”.
el que finalmente encuentra al snark, un hombre que había olvidado todas sus pertenencias y su nombre antes de embarcarse (“solía bromear con las hienas y les sostenía la mirada, con un impúdico movimiento de cabeza. y cuentan que una vez fue a pasear, zarpa contra zarpa con un oso, para mantener el ánimo”), demasiado tarde se da cuenta de que está frente a un boojum.
el problema de buscar algo, es que a veces te lo encontrás. el inquietante presentimiento de que todo snark, una vez encontrado, es un boojum. guarda, vos que andás en esa.
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