los videos están buenos, la música no sé, a mí las bandas de ahora me suenan casi todas igual (de vuelta el viejo malo).
estoy medio en otra, estos días. les muestro un pedazo de un cuento que estoy terminando de corregir, es decir recortar:
-Cuando éramos chicos, todavía. Habíamos salido a cazar. Vos no habías venido, no me acuerdo por qué. Se me ocurrió porque yo cerré el baúl del auto. Él agarró su Itaka primero. Yo agarré la mía y me colgué el bolso con los cartuchos, y para cuando cerré el baúl, él ya se había puesto en camino hacia el monte, unos diez pasos adelante mío. Lo ví de espaldas y me dije: lo voy a matar. Hoy lo mato. Nos metimos en el monte, te lo cuento y es como si lo estuviera viviendo ahora: me temblaban las piernas y me sentía más liviano, del pánico. Yo ya había matado un par de animales más o menos grandes, chanchos del monte, corzuelas. Pero nada de ese tamaño. Yo tenía miedo de no voltearlo ni con un tiro de cerca. Pensé: si le tiro a los pulmones, le pongo toda la perdigonada adentro y si no lo mato, tengo posibilidad de otro tiro. Me acerqué un par de pasos y le apunté a la espalda. Monté la escopeta y él se dio vuelta rapidísimo, apuntándome. “¿Qué hacés?”, me dijo. Yo le contesté que me había parecido ver moverse algo. “Yo no escuché nada”. Me miró un ratito y me dijo que ahora que tenía la escopeta montada , fuera yo adelante. Y después ya no me animé.
-¿Y cazaron algo ese día?
-No, nada. Estuvimos un ratito y nos volvimos.
La mujer abrió el vientre de un pescado con un cuchillo y le sacó las tripas. Lo lavó cuidadosamente, le metió adentro un relleno que parecía a base de arroz y lo cosió con aguja e hilo. Jorge gatilló sobre ella un par de veces más.
-¿Querés que tiremos unos tiros?
-¿Cómo tirar unos tiros?
-Con la pistola, boludo. Acá en el patio.
-Estás loco, vamos a ir en cana.
-Dale. En el auto tengo whisky.
Jorge prendió otro porro, le dio un par de pitadas y se lo pasó a Gabriel, que venía de acomodar una docena de botellas y latas para que sirvieran de blanco.
Afuera, el sol de la siesta era de otro planeta. Gabriel terminó un sorbo de whisky y sintió un sacudón en la cabeza, una especie de declaración oficial de borrachera. Cargó la pistola, la montó y disparó. Una pequeña nube de polvo delató el golpe de la bala contra el piso. Le pasó la pistola a Jorge, que apuntó cuidadosamente antes de tirar. La bala rebotó en el muro, pasó silbando a un costado de Gabriel y rompió una maceta. Tiraron dos cargadores sin acertarle a ninguno de los blancos, los rebotes picando cerca. Un vecino se asomó por encima del muro.
-¿Qué están haciendo, inconscientes?¡Acá vive gente!¿Cómo van a estar a los tiros?
Gabriel bajó la pistola y miró al vecino, un hombre en camiseta de unos sesenta años, calvo y con unas cejas muy pobladas. El tipo también lo miró, esperando una respuesta. Centarti levantó el brazo, alineó su ojo, el alza y el guión con el entrecejo del vecino y disparó. La bala pasó como a un metro de la cabeza del viejo y agujereó el tanque de agua de fibrocemento que estaba arriba del techo. El tipo se escabulló para el otro lado del muro y gritó:
-¡Hijos de puta!¡Voy a llamar a la policía!
-¡Decí algo, viejo de mierda y te arranco la cabeza!
Se rieron. Tiraron un cargador más. La mayoría de las latas y botellas no se movió de su lugar.
-Bueno, basta.- dijo Jorge -Ya está.
estoy por desgrabar, mañana o pasado. ya subiré algo.
Thursday, September 09, 2004
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